En esta parte de nuestro
boletín hemos seleccionado, un interesante artículo del catedrático venezolano
Ricardo Hausmann, Director del Centro para el Desarrollo Internacional y
profesor de Economía del desarrollo, en la Universidad de Harvard. En este
artículo el Dr. Hausmann, señala evidencias ciertas, del rol del capitalismo en
la superación de la pobreza.
Ricardo Hausmann
Publicado
originalmente en Project Syndicate 23
Agosto 2015
Traducción
de Ana María Velasco
Hoy en día se culpa al
capitalismo de muchas cosas: la pobreza, la desigualdad, el desempleo y hasta
el calentamiento global. Como lo expresó el Papa Francisco en un discurso que
pronunció hace poco tiempo en Bolivia: “Este sistema ya no se aguanta, no lo
aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan los
pueblos. Y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana madre Tierra como decía San
Francisco”.
Pero, ¿son los problemas que preocupan al Papa consecuencia de lo que él llama
un capitalismo “desenfrenado”? O, por el contrario, ¿son consecuencia de que el
capitalismo no haya logrado implantarse como se esperaba? ¿Debería una agenda
para promover la justicia social estar basada en frenar el capitalismo o en
eliminar las barreras que impiden su expansión?
La respuesta en América
Latina, África, el Oriente Medio y Asia claramente es la segunda opción. Para
ver esto, es útil recordar la forma en que Karl Marx imaginaba el futuro.
Hoy día sabemos que
cuando el Manifiesto Comunista recién se terminaba de escribir, los salarios en
Europa y Estados Unidos comenzaban 160 años de alza, que tuvieron por
consecuencia que los trabajadores pasaran a formar parte de la clase media, con
automóviles, créditos hipotecarios, pensiones, y preocupaciones
pequeño-burguesas. Los políticos de hoy prometen crear empleo – es decir, más
oportunidades para que el capital explote a los trabajadores. No prometen apoderarse
de los medios de producción.
El capitalismo logró
esta transformación porque la reorganización de la producción permitió un
aumento de la productividad sin precedentes. La división del trabajo dentro y
entre empresas, que para 1776 Adam Smith ya había concebido como el motor del
crecimiento, hizo posible una división de los conocimientos entre individuos
que permitió que el conjunto supiera más que las partes y formara redes de
intercambio y colaboración cada vez más amplias.
Una empresa moderna
cuenta con expertos en producción, diseño, comercialización, ventas, finanzas,
contabilidad, gestión de recursos humanos, logística, impuestos, contratos,
etc. La producción moderna no es simplemente una acumulación de edificios y de
equipos de propiedad de Das Kapital y operada por trabajadores fungibles. Más
bien, es una red coordinada de personas que poseen diferentes tipos de Das
Human Kapital. En el mundo desarrollado, el capitalismo en realidad transformó
a casi todos los individuos en trabajadores asalariados, pero también los sacó
de la pobreza y los hizo más prósperos de lo que Marx hubiera imaginado.
Esto no es lo único en
lo que Marx se equivocó. Lo más sorprendente es que en el mundo en desarrollo
la reorganización capitalista se agotó, cuando la gran mayoría de la fuerza
laboral estaba aún fuera de su control. Las cifras son impresionantes. Si bien
en Estados Unidos una de nueve personas trabaja por cuenta propia, la
proporción en India es 19 de 20. Menos de un quinto de los trabajadores en Perú
está empleado por el tipo de empresa privada que Marx tenía en mente. En México
lo está alrededor de uno de tres.
Incluso al interior de
cada país, las mediciones del bienestar están fuertemente relacionadas con la
proporción de la fuerza laboral que trabaja en la producción capitalista. En el
estado mexicano de Nuevo León, dos tercios de los trabajadores tienen empleo en
empresas privadas, mientras que en Chiapas la proporción es sólo uno de siete.
No sorprende, entonces, que el ingreso per cápita sea más de nueve veces más
alto en Nuevo León que en Chiapas. En Colombia, el ingreso per cápita es cuatro
veces más alto en Bogotá que en Maicao. Tampoco sorprende que la proporción de
empleo capitalista sea seis veces más alta en Bogotá.
En la empobrecida
Bolivia, el Papa Francisco criticó “la lógica de las ganancias a cualquier
costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza”,
junto con “una confianza ingenua y burda en la bondad de quienes ostentan el
poder económico y en el funcionamiento sacralizado del sistema económico
predominante”.
Pero esta explicación del fracaso del capitalismo es bien poco acertada. Las
empresas más rentables del mundo no están explotando a Bolivia: simplemente, no
se encuentran ahí porque consideran que el país no es rentable. El problema más
fundamental del mundo en desarrollo es que el capitalismo no ha reorganizado la
producción ni el empleo en los países y regiones más pobres, con lo que la
mayor parte de la fuerza laboral ha quedado fuera de su ámbito operacional.
El Papa Francisco tiene
razón en enfocar su atención en la difícil situación de los más pobres del
mundo. Sin embargo, el sufrimiento de estos últimos no es consecuencia de un
capitalismo desenfrenado, sino de un capitalismo que ha sido frenado de manera
equivocada.
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